miércoles


Aquella fría mañana despertó junto a la salida del sol. La habitación todavía no tenía cortinas así que los primeros rayos de luz atravesaron las sábanas y frazadas como colándose entre las fibras. Ya habían pasado tres días desde que había regresado a la casa que muchos años antes había sido su hogar. Había probado algunos alimentos y bebido mucho alcohol para olvidar, para dejar de sentir el dolor y la ansiedad de no tener una buena dosis recorriendo sus venas, llevándolo a lugares lejanos y placenteros, haciéndolo parte de un cosmos que abrazaba sus piernas y penetraba sus ojos claros, casi azules, casi desdoblados sobre la ausente y acogedora almohada. Bebió un largo trago que socavó su garganta hasta invadirlo amargamente… intuía que había pasado ya un tiempo desde que estaba en aquel lugar abandonado, se lo sugería su reloj vital.
Apenas confirmó que los había perdido para siempre, decidió retornar a ese caserón que lo vio nacer, jugar con otro niños en tiempos de prosperidad, que lo conoció adolescente y embriagado por primera vez, que fue testigo de esa fatídica noche donde cambió su destino y el de su familia para siempre, que marcó con dolor y culpa el resto de su nómade vida.  
Luego de ese amargo trago matinal, se levantó con dirección a la cocina, comió algo dulce y amargo, y bebió un negro café acompañado de un fino licor importado.
Esa mañana los dolores, los demonios de la abstinencia fueron insoportables, mezclados con escenas infantiles vividas en ese lugar y días de furia acompañados de noches interminables en el puerto y en la ciudad bohemia.
Trató de no pensar, de vaciar mente y ser de alucinaciones y delirios… Sabía que su mentor, lo había logrado gracias a la ayuda de su padre y en siete días de encierro en la campiña… que otro connotado había cambiado su rumbo en los últimos años, convirtiéndose en un sofisticado burgués gracias a un matrimonio conveniente, y había aplicando medicina alternativa y meditación a sus dolencias humanas. 
-¡Yo también podré!- se decía frente al espejo roto y sucio... y lo repetía como un mantra mudo a cada momento en su mente, para luego evocar que cuando se reencontró con su padre en estado cremado, aspiró un par de gramos de sus cenizas y sintió una acidez infinitamente litúrgica en su nariz y que, sin embargo, a pesar de sentir parte de su ser incorporado a su cuerpo, no logró reencontrarse con su figura, ni menos sentirse excusado de su error, de aquella maldición que lo alejó para siempre del lado de sus seres queridos. 
Pasaron dos días más antes que pudiera levantarse por algo más de media hora y atreverse a mirar por la ventana de la habitación, pero la embriaguez hizo que no reconociera el barrio de su infancia y se desesperara de ver ese rincón donde sus residentes de antaño habían emigrado buscando mejores horizontes, luego del cierre de la mina. 
Sentía dolor desde la cabeza hasta los huesos y si bien ya se habían disipado sus fantasías suicidas, lo único que lo calmaba era recordar algunos versos de “Una Temporada en el Infierno” e imaginar a un poeta adulto y decadente, dedicado al tráfico de esclavos y armas, perdido en lugares lejanos y saber que el también estaba perdido entre paredes que se volvían amenazantes al caer el sol y que aprisionaban su alma atormentada por cada uno de sus demonios. 
Al otro día despertó y no bebió por horas, mojó su cara con agua fría y decidió mirar por la ventana que daba a la calle, esa que había estado todo el tiempo tapada por esas viejas cortinas… pensó que volvería a recordar otros tiempos, pero el evidente abandono de las casas vecinas y un aroma de desamparo frenaron sus recuerdos y lo hicieron mirar hacia la esquina buscando rostros o al menos rastros humanos.
Divisó unas coloridas carpas como las que había visto en las noches del puerto. Luego, vió unos lejanos rostros que se confundían con el reflejo del río que cruzaba al fondo del sector donde había estado la cancha deportiva de su infancia, que ahora era habitada por esas mujeres de largos vestidos que aseguraban conocer el futuro y por artesanos de cobre bruñido por martillo y golpe preciso. 
Recordó haber compartido alguna vez con un par de esos seres desterrados, de esos parias sin derecho a pecado original, de esos seres errantes como su propio espíritu, de esos habitantes del mundo que poseían su propia lengua y costumbres de clan. 
Se fue a dormir con una botella de vino a medio beber, ya no se sentía tan encerrado, ni tan atrapado en ese caserón perdido en el tiempo. De alguna manera sentía que el campamento gitano sería parte de su futuro, de su regreso definitivo a esas tierras.
 Sin saber cuanto tiempo más había pasado y ante la imposibilidad de encontrar la llave con la que se había convertido en prisionero de sí mismo, abrió el ventanal que daba a la calle y respiró profundamente el aroma fresco del paso del río, frescura que lo llevó a la niñez y luego a sus años vividos frente al mar.
Mientras miraba a todas esas casas abandonadas y al grupo de carpas de colores a lo lejos, divisó un par de rostros que caminaban hacia él, su primer contacto humano en una semana de encierro y angustia por la abstención… eran dos pequeñas como de la edad de la niña que cambió su historia personal… estaba aterrado, venían hacia él con decisión y rapidez, sus vestidos de colores y sus largas cabelleras hicieron temblar todo su cuerpo y luego de preguntarle algo como “¿tienes una moneda paisano?”, cerró la ventana, la cortina y lloró en medio de la polvorienta oscuridad. 
Pasarían otros tantos días antes que Nicolás, el nuevo habitante de esa tierra des-habitada por unos y re-habitada por otros, se atreviera de nuevo a mirar hacia el campamento.

martes


«Las sábanas rezuman otras vidas y otros cuerpos mientras el amanecer trae nueva jornada de adicción y desvelo.» 

Todavía su mente guardaba esos versos que le recordaban su pasado de vivir al límite, de jugar con ángeles y demonios, de sobrevivir entre sobrevivientes, de compartir con aquellos habitantes de los bajos fondos atrapados entre bar y mar.
Días de encierro e introversión habían sido causados por verse enfrentado a los ruidos y trajines de la fiesta gitana que se sucedía a metros de su morada, había pasado días sin comer para no verse involucrado en la celebración al ir a comprar víveres. Una noche de jolgorio y pasión en el campamento pensó en intervenir armado de pirómanos impulsos, pero estaba muy agotado de enemistarse con otros y de convivir con sus instintos antisociales. 
Algunos días de abstinencia. Sobre el viejo sofá de la abandonada casona estaban las huellas de sus tormentosos recuerdos: tres botellas de licor a medio consumir y una aguja que aún guardaba una gota de sangre negra.
Comenzó a enlazar sus recientes vivencias gracias a los efectos de la droga que recorría sus venas. Una joven gitana que lo visitó y sin aviso previo lo sedujo detrás de las cortinas del caserón, volvió a abrir la Caja de Pandora de existir... Esa otra gitana que lo invitó a penetrarla mietras ella bebía desde otra hembra el néctar del pecado, todavía lo tenía excitado por lo inesperada en que se había transformado la escena y el deseo cercenado de conocer el placer desde la gitana que no conocía compañero sexual, y que solamente otra hembra podía satisfacer sus pulsiones.
Pero lo que más había reactivado su carne y deseo, era el reciente affaire con esa bella corredora de propiedades que lo había visitado y estimulado bajo los signos que siempre deseaba en su búsqueda de amante.
"Entre perversos, nos miramos, nos olemos y nos reconocemos inmediatamente..." había sido la única frase que se había escapado de su boca, habiendo reprimido su compulsión a hablar durante el acto sexual, terminado haciéndolo sobre la alfombra, para luego volver a su soledad y a un estado cuasi sociópata de insomnio.
Fue por ello que en los días siguientes, cuando la chica regresó en busca de lograr que vendiera la propiedad heredada, ya estaba preparado para recibirla y poseerla a su manera.
Después de unos días, llegó temprano en la mañana y sin mediar palabra entre ellos, la hizo pasar a la abandonada biblioteca familiar, la desnudó completa, acarició cada rincón de piel, la auscultó desde el cabello a los pies y volvío a colocarle las botas de tacón alto con las cuales había llegado a su puerta. Para él era una delicia una mujer desnuda con tacones dispuesta a su juego morboso, a su Ruleta Rusa de placer... buscó entre los libros el único recuerdo conservado de la primera mujer de su vida: un antifaz negro, con el que cubrío el rostro de su nueva amante y que contrastaba con el albo color de su piel. Para él, ella era una desconocida a quién había espiado -recién regresado- y observado desde las sombras ser poseída por un ardiente gitano a la orilla del río una noche de insomnio en que había salido a fumar a la calle para invocar el sueño.
Tomó firmemente de sus manos y le dijo: "Ahora ya no me importa quien eres, serás quien yo quiero que seas, no hables, porque te transformaré en mis recuerdos, en mis obsesiones, en la mujer que marcó mi existencia y nunca pude olvidar...", acto seguido vendó sus ojos, la tomó firmemente del cabello, la acomodó en el suelo para penetrarla desde atrás, soltó un par de nalgadas que la hicieron gemir silenciosamente y le dijo: "Ahora me describirás en detalle cómo lo hiciste con el maldito gitano que luego apareció muerto misteriosamente en el río... comienza contando como te cogió, perra".

lunes

Las noches en la casona le parecían menos frías,  pero no era debido a la temperatura primaveral que se dejaba sentir los últimos días e inundaba los rincones polvorientos de aquella vieja propiedad, sino que los encuentros con las mujeres del campamento le daban a Nicolás certeza de que ya no estaba tan solo en ese barrio abandonado y que no era el último habitante del final de la calle Arturo Prat. Sobrevivía cada día alejándose de sus vicios gracias a entregarse a la pasión y lujuria que bebía de las gitanas. Con ellas no interesaban nombres, patrimonio, el pasado o el futuro, sino que cada amante traía un presente de placer y evasión, sustituyendo las drogas como medio para olvidar los hechos que un día habían manchado sus manos.
Así transcurría el tiempo y sus noches de insomnio se hacían más soportables. Fue en ese contexto de armonía interior que recibió la visita de Ayanay, quien le atraía enormemente ya que compartía sus perversiones y cada paso por el lecho compartido le hacía desearla más y obsesionarse por volver a poseerla otra vez.
Sabía que a ella le atraían los gitanos y por ello la esperó vestido con un traje a rayas y con la camisa abierta al estilo romané… ella apareció vestida como a él más le gustaba: traje color negro de dos piezas, con una minifalda que al agacharse dejaba ver la liga de unas medias de llamativo diseño y parte de su ropa interior roja de encaje. Sellaba el vestuario unas sandalias de tacón alto que alargaban sus piernas hasta el infinito... del deseo. .No pasaron muchos minutos, cuando los amantes ya estaban en el lecho disfrutando del sexo sin compromiso. Nicolás se había propuesto dejarse llevar por la pasión gitana de esa parte de la sangre que recorría las venas de Ayanay y poder tener todo un día de dedicación al placer carnal.
Luego de compartir una botella de ron y emborracharse ambos, ella lo dejó por un momento y volvió con una venda para que Nicolás la utilizara como le gustaba. La sola idea de privarla a ella del sentido de la vista o amarrar sus manos mientras la poseía lo excitaba y lo llevó a retomar ese lenguaje rudo y vulgar que era parte de su juego erótico.
 “Ponte en cuatro patas para encularte, maldita ramera”, le dijo mientras vendaba sus ojos para luego penetrarla desde atrás y acariciar con rudeza cuello, espalda, caderas, muslos y sus grandes y redondos senos. Mientras la envestía con fuerza, le excitaba cada vez más escucharla gemir y pedir ser penetrada también por la verga del gitano fallecido. Fue entonces, cuando recordó la noche en que conoció a Ayanay, la vio tener sexo y terminó bañado en la sangre del gitano. También volvió a recordar cuando luego de ese fatídico accidente en medio de la relación sexual con su joven primer amante, se produjo aquel incendio con trágicas consecuencias. 
Entre más gemía Ayanay, más lo excitaba sofocarla introduciéndole los dedos en la boca mientras le decía obcenidades e insultos. Fue en ese momento que cogió su cinturón y enlazó el cuello de su amante, lo cual hizo que a medida que más tiraba de él, lograba una erección mayor y la penetraba con más fuerza. A ella se le dificultaba mucho poder respirar, pero el seguía penetrándola desaforadamente. Sin reparar en la desesperación de su amante continuaba poseyéndola violentamente hasta eyacular mientras tiraba con ambas manos del cinturón que asfixiaba el cuello de su víctima.
Una vez que acabó y recuperó el control de sí mismo, recordó mientras soltaba el improvisado lazo, la voz amenazante de su madre el día de su partida. Ayanay cayó de golpe al suelo mientras Nicolás la miraba entre excitado y horrorizado por lo que el recuerdo de su progenitora había hecho a través de él a esa mujer subyugada bajo el influjo de sus propias abominaciones.

domingo

Ella sabía que ese día el destino haría un nuevo movimiento, una nueva jugada, con esos presentimientos que sentía en la piel por la herencia gitana que corría por sus venas, lo sintió en su sexo desde el momento en que abrió los ojos al recordar que se encontraría con Nicolás y ese estremecimiento no se apartó de ella durante toda la jornada, ni mientras trabajaba, ni cuando se metió a la ducha para intentar dejar de pensar, así que decidió que si no podía apartar de su destino a Nicolás, lo único que podía hacer era dejarse llevar por esa fuerza que le impedía pensar en otra cosa, desear otro cuerpo que no fuese el de el, aunque ella tenía la certeza que era un camino sin retorno y que no podría arrepentirse, ni escapar.


Se dio un baño despacio, dejando que el agua corriera por su cuerpo, se acarició suavemente recordando la primera vez en que se encontró frente a él en la casona y se vio a si misma sobre el cuerpo de ese hombre, apenas respirando, entregándose sin dudar a ese desconocido, se miró al espejo y percibió que en su reflejo algo pasaba, el brillo de sus ojos había desaparecido y un escalofrío recorrió su espalda, pero ella solo cerró los ojos y resolvió vestirse para el nuevo encuentro. 
Lentamente eligió la ropa para la ocasión y se decidió por ropa interior de color rojo, el color de la lujuria, intenso, excitante y sobre esta, el negro absoluto hacía la perfecta combinación para lo que estaba por venir.
No hubo muchas palabras, no eran necesarias, solo deseaba dejarse dominar, así de simple y absoluto, a pesar del miedo y el vacío que veía en esos ojos negros dominadores.
Se dejo desnudar de inmediato, sin darle tiempo a su mente para asimilar lo que su cuerpo pedía, húmeda, jadeante, ciega frente al mundo, esclava y por primera vez completamente sumisa. Ella pedía cadenas, solo por una vez, para dejar de pensar en esa sombra que la perseguía, solo para descubrir que tan perversa podía llegar a ser sin sentir culpa, solo deseo, dejarse llevar, dejarse amarrar por otro que no es quien ella buscaba, pero que ahora jugaba con ella, moviendo los hilos con fría inteligencia y que aparecía en sus noches insomnes desde esa vez en la casona, cuando el exigió saber como ella abría sus piernas para el gitano muerto y ella no dejaba de acariciarse pensando en el próximo encuentro. Se imagina atada, sin movimiento, dejándose someter por ese que no era gitano, el errante, el perverso, pero que le recordaba a Jesús, el gitano muerto, su amante.
Mientras Nicolás la embestía cada vez mas profundo y esas manos ásperas marcaban su piel a fuego lento, sintió que no era capaz de seguir, pero tampoco tenia fuerzas para escapar a su destino ni a su sádico dominador.
Por fin después de todo un día de dudas, ella al ver el fondo de los ojos de Nicolás, supo cual era el giro que el destino tenía sentenciado para ella y se dejó hacer. Primero los dedos de el en su boca, mojados por su saliva, luego el cinturón en su cuello, segundo y definitivo paso hacia el abismo, gimiendo apenas, dejándose penetrar cada vez mas violentamente. En un momento ella intentó escapar, soltarse de ese carcelero que la esclavizaba y sometía a sus anchas, pero ya no era capaz de correr, su cuerpo no respondía, ya no sentía placer, ni dolor, solo una envolvente oscuridad en la que finalmente se ahogó, mientras muy lejanos aún se sentían los sonidos del campamento y los gemidos de Nicolás.

sábado

Ya habían pasado dos o tres semanas desde que Nicolás había dejado la vecindad gitana buscando escapar de los fantasmas de ese pasado que inevitablemente y como una maldición condenaba su presente. El mismo paisaje que había acompañado su deambular durante años volvía a ser su refugio, y su viejo camarada de iluminaciones y oscuridades, volvía a ser su protector y radical inspirador.
Emilio vivía en un pequeño departamento frente al mar, de un solo ambiente y con las paredes decoradas con los trazos expresionistas que gustaba dar Susana, esa mujer que una vez descubriera en el Club y que pasó de ser una dama de compañía para turistas y marineros, a ser parte irrenunciable de su vida, y luego la razón del alejamiento de Nicolás debido a las disputas ocasionadas por la rivalidad en la conquista de la bella meretriz. A pesar de los años y el desgaste ocasionado por la intensa vida nocturna, ella continuaba siendo atractiva ante la mirada de cualquier hombre que se cruzaba en su camino, con sus grandes y firmes pechos –condición determinante para Emilio en una mujer- y aquella profunda mirada que resultaba del intenso color azul de sus ojos, y que la impulsaba a teñir su cabello con un definitivo tono azul que le daba un aire muy exótico a su noctámbulo deambular.
Nicolás había vuelto a los malos hábitos de antaño, a compartir con Emilio aquella sustancia que recorría sus venas y los ponía más allá de este mundo, más allá del bien y del mal de esta desdibujada sociedad, más allá de este mundo habitado por desclasados del stablismen social. Más allá, siempre más allá.
Lo acompañaba al Club y se entregaba a disfrutar de aquella capacidad única de Emilio de evocar y casi reencarnar a Miles, el ídolo que vestido con ropajes cool veneraban como a el verdadero Mesías que alguna vez se cruzó por sus bohemias existencias y les descubrió una vida llena de otras vidas y llena de los monocromáticos colores de la noche. Nihilismo y placer sexual contenidos en aquellas melodías cálidas, acotadas y llenas de lirismo, a pesar de la heterodoxa tendencia atonal con que Emilio acostumbraba abordar cada nueva frase al momento de improvisar sobre la base rítmica en que ocasionalmente participaba Nicolás y arremetía desde el contrabajo como un torbellino incontrolable, desechando las viejas fórmulas armónicas e implementando el decálogo modal.
 
Así transcurría cada noche de jam session liderada por Emilio, mientras Susana dejaba su refugio plástico para visitar antiguos clientes y, a cambio de efímero placer, volver con el dinero que terminaba en los bolsillos del dealer de turno, aquel mercader que sostenía las noches de inspiración sobre el escenario. En el fondo, ella no sabía si lo amaba, odiaba, o simplemente estaba acostumbrada a su presente ausencia. Intuía que necesitaba protegerlo para protegerse a sí misma.
Al amanecer las tres individualidades volvían a la estrecha morada y al cerrar la puerta penetraban un desconsolado mundo de embriaguez y apatía existencial. En realidad, cada uno vivía aislado bajo su propio karma. Los momentos de comunión que se daban entre Emilio, Susana y Nicolás en el Club o en algún otro bar, sólo representaban el déjà vu de otro tiempo, de un tiempo perdido como imagen desechada en el espejo roto de un motel barato.

viernes

Susana sabía que la presencia de Nicolás acarreaba tempestades y que, en el fondo, a pesar de esa aparente complicidad, Emilio no lo quería de nuevo en sus vidas. Ella lo comprendía y prefería evadir el hecho cierto que algún día fuera su pretendiente. Emilio no sólo le había arrebatado una mujer, sino que también, en alguna medida, eclipsado su talento. En algún momento la ciudad bohemia se había rendido ante el talentoso trompetista sin reparar en las capacidades de ese otro joven heroinómano poseedor de un elegante pizzicato que incendiaba la noche desde las cuatro cuerdas de un viejo contrabajo.
Nicolás sufría cada día de ser testigo del maltrato sicológico que Emilio ejercia sobre Susana. La acosaba burdamente y la humillaba por su condición de prostituta y sin embargo disponía de su dinero cual proxeneta profesional. El Poeta Maldito amaba al creador y genial intérprete sobre el escenario, pero odiaba al rudo amante de Susana y fantaseaba con liberarla de su dominio.
Ese jueves en la noche, el Club no abrió sus puertas por el impactante duelo que afectaba al dueño de ese tradicional local nocturno. Su hija había aparecido la noche anterior desnuda y estrangulada en la habitación de un motel, la única puerta no estaba forzada y, a pesar de algunos signos de violencia corporal, la policía estimaba que no se trataba simplemente de una violación sexual. El cuerpo de la chica presentaba signos de intoxicación alcohólica y -en su nariz y ano- restos de cocaína. Había sido una sesión de sexo extremo que había tenido como resultado la muerte por asfixia de aquella joven mujer. Se sospechaba no solamente de la participación de un individuo joven, sino de dos o tres, no descartándose la participación de otra mujer la noche de la tragedia, ya que el motel era frecuentado por prostitutas y dominatrices con inclinaciones lésbicas. Una hipótesis era que la víctima había sido adicta a la Hipoxia Erótica, conducta pervertida que de tanto en tanto terminaba con la vida de algún ser en medio de su particular búsqueda de placer, especialmente en época de primavera.


En el departamento, los dos músicos se emborracharon con un par de botellas de ron y luego se inyectaron la dosis diaria de heroína, a pesar de que no subirían al escenario durante a lo menos un par de jornadas. Luego se recostaron sobre la cama (la única que había en aquel lugar) mientras divagaban sobre el último fraseo de la noche anterior y, a pesar de lo taciturnos y extrañamente ensimismados que ambos se encontraban aquella noche, recordaron las fuertes disputas que había provocado en ellos la llegada a sus vidas de “Sussy”, nombre con que era conocida en el ambiente aquella prostituta premium de gustos refinados y conducta bisexual, que conquistó a ambos la noche que la conocieron en el “Blue Blues” en medio de una jam session memorable, cuando ellos eran cara y cruz de la misma moneda dionisíaca. 
Emilio sabía que Nicolás Poeta Maldito -ni siquiera como un cliente más- nunca había llegado a poseerla, y hacía gala morbosa ante él de ser el único dueño del culo de Susana, que el sexo anal estaba vedado para clientes y que para él era su exclusividad de amante permanente, disfrutando sodomizarla luego de que llegaba de prostituirse. A Nicolás le pareció repulsivo el tema sólo por tratarse de ella y le incomodó reparar que su "Heroína del Puerto" (como solía llamarle en la intimidad) andaba en ese momento en sus actividades de lupanar, mientras ellos se drogaban gracias a su dinero.
Ella regresó más temprano que de costumbre -a eso de las tres o cuatro de la mañana- agotada y con rostro de evidente preocupación. La investigación por la muerte de la hija del dueño del "Blue Blues" aportaba otra cuota de stress a su trabajo y el acoso policial a prostitutas y travestis se había visto intensificado, ya que constituían la mayor fuente de información para aclarar este hecho de sangre que había causado conmoción y el cuestionamiento público a los estamentos de seguridad ciudadana. 
Susana venía desde un elegante hotel. Esa era su noche financiada por un solo cliente: una acomodada mujer que no pagaba por sexo, sino por ser cruelmente sometida, escondiendo bajo ese juego de dominación aquellos impulsos lésbicos que ocultaba en el día a día de sostener un matrimonio convencional. El servicio consistía en que la "Sra. Susana" (así era como debía referirse a Sussy durante la sesión) enfundada en látex y con actitud policial simulaba capturar a la mujer y luego de convertirla en algo así como su sirvienta o esclava, la castigaba corporalmente por no implementar correctamente sus órdenes. Si bien finalmente lo disfrutaba, para Susana era un trabajo mucho más agotador que tener sexo con varios hombres en una noche, pero aquel esfuerzo semanal era muy bien recompensado por la masoquista clienta. 
Al llegar al departamento, lo primero que vio fue aquellos decadentes drogadictos recostados sobre la cama, observando alucinados como se descascaraba la pintura del techo. Se acomodó silenciosamente entre ellos buscando la tibieza de sus ebrios cuerpos. Nicolás se incomodó al observar como Emilio la tocaba y olía en busca de huellas de otro hombre, auscultación que excitaba su morbo.
Después de una broma de mal gusto sobre Susana y sus clientes, Emilio lanzó un desafío que sonó como un puñal directo al orgullo de Nicolás. “Si fueras un músico de verdad y ganaras dinero como tal, podrías pagarle a ésta puta y saciarte las ganas que le tienes, que siempre le has tenido, perro pordiosero”, le dijo casi gritando y con un brillo enrojecido inundando sus ojos.
Luego comenzó a desnudarla bruscamente ante la voyerista mirada de Nicolás. Mientras ella temblaba de pánico de saber lo que le esperaba, el Poeta Maldito recordó el día en que tuvo sexo con Ayanay y luego escapó del lugar al ver su cuerpo desplomarse inerte sobre el suelo. En ese momento, y sin mediar palabra ni gesto, Emilio soltó una bofetada que dió de lleno en el rostro de la mujer. Un silencioso Nicolás esperaba excitado lo que vendría.

martes

Eran ya casi las cinco de la mañana cuando ingresó a través de una ventana que no hubo que forzar, le bastó un salto y ya estaba adentro. Era fantástico enfrentarse al lugar totalmente carente de humanidad. La ausencia de ácratas, ebrios, prostitutas, dealers, músicos, escritores y ludópatas le daba un aspecto de abandono a ese bizarro lugar.   Sabía que debía volver a dejar la ciudad y "sumergirse", como solían decir los militantes anarquistas. Esconderse, más que de la ley, de sí mismo, de sus fantasmas. Pero esta vez probablemente para siempre.
Antes de escapar debía realizar el ritual, y no había tiempo que perder: tomó el viejo instrumento, literalmente lo clavó en el escenario y afinó con precisión… para él era fácil hacerlo , lo conocía como a sí mismo. Apenas sus dedos se posaron sobre las cuatro cuerdas comenzó a sentir un aroma a tabaco y mujer, alucinógenos y prostitutas. Comenzó a interpretar “Gitane”, que en esta ocasión sonaba irremediablemente a réquiem. En un bolsillo traía la pulsera que usó por varios años Susana en el tobillo, con ella la conoció y la vio muchas veces captar clientes sentada en la barra del bar, con un coñac a medio acabar en la mano. Ahora la pulsera sería suya, su trofeo de caza, su fetiche para recordarla. El llevarla consigo le daba más seguridad al momento de improvisar y estaba seguro que el público también lo hubiese notado si el Club no hubiese cerrado esa noche. Era una lástima que no lo pudiera escuchar Emilio, pensaba mientras ejecutaba el In Crescendo de la tercera frase.
Terminó de tocar mientras los primeros rayos del amanecer comenzaban a asomarse tímidamente detrás del mostrador, lo que le permitió descubrir la foto en que Susana posaba sentada frente a Louis, aquel rubio de ojos claros que había llegado como marine y se había convertido en un aplicado barman y en el desinteresado protector de la bella meretriz, lo suyo claramente no eran las mujeres. Cogió la foto desde el mostrador y la introdujo en su bolsillo. Sussy ya no la reclamaría y a Louis le bastaría con el recuerdo de la amistad que ella siempre le otorgó, incorporando con naturalidad su condición de gay.
Nicolás abandonó el lugar al amanecer y caminó hasta abordar el primer tren de la mañana. El destino ya no importaba. La foto y la pulsera todavía no podían inculparlo de nada, pero el tenerlas le recordaría que había liberado para siempre a su Heroína del Puerto.

 

lunes

Nicolás hace su máximo esfuerzo. El brazo no responde y el contrabajo se desangra bajo sus pies. Hoy no hay posibilidad de contrapunto ni de jam, sólo los grises de sus demonios habitando y desnudando los márgenes de la realidad. Encontrar otra dosis de escape ya no le importa, tampoco es posible. Nicolás intuye posible búsqueda en otro cuerpo en otro tiempo, no sabe si pasado o futuro. El "Gitano" Nicolás huye otra vez del club, aunque sabe que nunca volvió, que eso fue sólo un espejismo, la resaca del no ser luego de habitar y desgastar impúdicamente el ser.